Padres permisivos.

Definitivamente los padres permisivos son una nueva generación de padres y parece que cada vez más frecuente.
En una época distinta y durante muchos años en generaciones pasadas, reinaba la palabra del hombre, del padre, del rey, del gobernante, del marido, como única e incuestionable, rayando en la rigidez, en el aislamiento y en la intolerancia, siendo ésta la mayor muestra de autoridad, la cual daba pie a leyes, a discriminación, así como ha miedos y angustias. Esta palabra, podía entrar e instaurarse en la familia o sociedad, incluso, por boca de la madre “ya verás cuando llegue tu padre”, “tu padre se va a enfurecer”, “respeta a tu padre”, “no le respondas a tu padre” etc aún incluso aunque el padre, no estuviera presente.
El resultado de dicha educación trajo como consecuencia sentimientos de opresión, de tristeza y miedos, pero sobre todo, muchísimo enojo, lo cual junto con el proceso de la adolescencia, fue combinación suficiente como para generar una explosión de rebeldía, coraje e ilusión de libertad y venganza, que permitiera romper con estas cadenas y con estos sentimientos de devaluación y minusvalía. Después de muchos movimientos en contra de la opresión y la devaluación vinieron ahora, los hijos de este sistema que, después de salir del dominio del padre juró jamás ser como él y en su caso, jamás ser como ella, o sea jamás ser como mamá ni como papá. No ser un dictador ni ser lo suficientemente sumisa como para permitir la supresión paterna en una relación desigual y sin rastros de equidad en donde no hay ni voz ni voto.
Ahora el padre y la madre desean ser más amigos que padres de sus hijos, no están de acuerdo con las reglas, ni con los límites, ni con la disciplina, porque en su mundo interno, esto es igual a faltar a sus derechos y una forma de agredirlos. Con esta fórmula, resulta muy complicado decir que no y crear reglas. Es aquí, en donde todo empieza a distorsionarse y la delgada línea entre la tolerancia y la intolerancia, toman un giro complicado, en donde ya no se ve el dar lo que necesitan si no lo que quieren y en donde incluso, el ser autoridad genera miedos en los padres.
Ahora viene un niño lleno de poder mucho antes de lograr entender qué es el poder, “un niño rey que su palabra es ley”, un niño que por procesos de desarrollo su único parámetro y brújula es la sensación y la emoción, en un ambiente en donde puede sentir el miedo de los padres por ejercer frustración. Llegamos entonces al punto en donde un niño que necesita de amor, comprensión y tolerancia pero también de estructura, límites y educación, sólo recibe la primera.
Lo anterior es la parte superficial de la falta de estructura emocional, es decir que el real problema de esta nueva educación es lo que pasa en el mundo interno de cada niño y adolescente; no hay un rol establecido, no hay jerarquías, no se internalizó la ley, todos se viven como iguales, hay una expansión del yo en donde el niño no puede diferenciarse del mundo externo y todo lo siente como una extensión de sí mismo por lo tanto no entiende el no, no se desarrolla la capacidad de metaforizar o aplazar el placer, todo se vive concreto y todo esto es la estructura y la base de la enfermedad emocional porque la vida no es así. Todos somos seres limitados y la realidad es que no vivimos en un mundo que nos diga si, todo el tiempo.
Estas son las grandes cosas que como guías de los hijos e hijas podemos enseñarles, brindándoles fortaleza basada en sí mismo y no en el control del exterior.

A continuación te ofrecemos 5 tips que pueden ayudarte a dejar de ser un padre permisivo.

1.- No confundas poder con empoderamiento.
Los padres y las madres necesitan ejercer sobre las vidas de sus hijos control, eso lo tenemos que entender, pero no es un control basado en la opresión o en la humillación, es un control basado en la participación inclusiva, la responsabilidad y el desarrollo de las capacidades. Es importante sentirse fortalecido, confiado y seguro como padre y madre, entendiendo que su posición como adultos en ésta relación, les da una jerarquía que debe de estar sustentada en una visión que impulse la organización de la familia así como los cambios positivos, mediante el amor incondicional, la constancia y los límites.

2.- No confundas miedo con respeto.
Se ha mal entendido que la educación sólo puede ser asimilada por los hijos o ejercida por los padres desde la agresión o desde la devaluación. Es decir que los hijos solo hacen caso cuando los golpeas o cuando sienten temor por las reacciones de estos padres y de estas madres. El respeto va mucho más allá y propone una relación donde yo puedo educar con el ejemplo y con argumentos reales que vayan dirigidos hacia el bienestar de este hijo o hija, sin gritar y sin insultar. Por ejemplo, “no puedes comer demasiado pastel porque tu estomago es muy pequeño y no te va a caber, si no te cabe te dolerá después”. Entonces decir que no, con firmeza y sin cambiar de opinión en algunos casos necesarios, no sera un abuso y no estaremos repitiendo la sensación de ser un dictador.

3.- No confundas ser agresivo con poner límites.
Esta puede ser una de las bases de lo que se decía al principio, confundir el decir que no, con opresión e irracionalidad como se hacía en épocas pasadas. Hay que diferenciarlas, los límites son aquellos topes que se irán estableciendo en la convivencia que indican una dirección y una orientación, es decir argumentos lógicos y reales que acompañen a este niño o niña a lo largo del tiempo, él no, tiene que ir acompañado de un porqué y un para qué adaptado a la edad de este hijo o hija.
O sea que, impartir límites no es lo mismo a ser irracional o mal padre o mala madre, los límites no dañan, estructuran. Los límites son jerarquía sin sometimiento.

4.- No confundas calidad de tiempo hacia los hijos e hijas con permisividad.
Actualmente es más común que ambos padres trabajen, también es común que los padres estén separados, esto puede propiciar que haya una sensación de culpabilidad por pasar poco tiempo con estos hijos e hijas. La culpabilidad genera una necesidad de compensar y a lo mejor la sensación de haberse equivocado en diferentes decisiones. Esta culpa y esta compensación se puede ver reflejada en “te dejo hacer lo que quieras porque cómo te digo que no si nunca estoy” o “pues si no te veo, ni modo que te esté diciendo todo el tiempo que no” o “yo soy el papá o la mamá buena”. Es aquí donde una cosa se mezcla con la otra volviéndose confusa. Hay que diferenciar esto y optar por el tiempo de calidad, tal vez no puedo estar mucho tiempo con mis hijos o hijas pero cuando esté, pondré toda mi atención, sin celulares, sin distracciones y les daré en esos momentos límites, amor y estructura que se mantenga y perdure aunque yo no esté físicamente.

5.- No confundas amor con sobreprotección.
Actualmente es muy común y en realidad es fácil pensar que la protección extrema es una señal de mucho amor, por eso es tan difícil entender que esto puede generar daños en la estructura mental y emocional de las personas. Lo que generalmente no sabemos es que la sobreprotección trae un doble mensaje oculto, un mensaje de “lo hago yo, porque tú no puedes, si lo haces tu talvez algo te pase, entonces seguro lo haré mejor yo” parece por fuera, que es una bonita forma de evitar malos ratos a nuestro hijos, sin embargo, lo que ellos necesitan es sentirse capaces de hacer las cosas y de superarlas aunque no salgan como habían pensado, la vida es así en todos los sentidos, y no podemos crear en la mente de nuestros hijos que siempre habrá alguien que les haga todo. No les estamos ayudando a generar tolerancia a la frustración, herramienta básica en la vida para salir adelante y conseguir la metas deseadas.

Finalmente, es necesario comprender que esto implica esfuerzo y constancia, esfuerzo que será retribuido en una relación positiva y amorosa con nuestros hijos e hijas, que podrá perdurar a través del tiempo y a través de las crisis naturales del crecimiento y desarrollo del ser humano.
Nuestro esfuerzo implica, al estar con ellos, dejar a un lado los aparatos electrónicos, las redes sociales y los videojuegos como parte del vínculo que se hace con los hijos, para poder entrar al mundo de la relación íntima y personal, en donde me involucro para educar y guiar.

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